Mi amor por la crema de champiñones comenzó cuando estaba en tercero de carrera, me dieron una beca para estudiar cine en Hollywood y allí me fui yo a la aventura, sobre todo gastronómica. Como el tema de las importaciones de jamón del bueno y aceite de oliva estaba chunga, tuve que hacer lo que pude con lo que allí vendían. Intenté comprar el aceite con mejor color (por supuesto, nada de oliva), pero ni con esas: toda la comida que cocinase sabía exactamente a lo mismo.
Aunque esté feo que lo diga una gastro foodie gourmet como yo, me enamoré y casi me alimenté y sobreviví a base de crema de champiñones de lata de cierta conocida marca británica (ejem). He de decir que la receta en sí está bastante lograda; por supuesto no es como la crema casera, pero es bastante aceptable y, probablemente, adictiva en situaciones de alimentación poco sabrosa como era la mía por aquellos entonces.
Pero bueno, pasada la experiencia y habiendo aprendido a amar a la crema de champiñones, os traigo hoy la versión buena, buena, la receta con champiñones frescos y aceite de oliva para el salteado y con caldo de pollo también casero (hecho por mi madre, que es la experta y le va a hacer ilusión que le reconozca el mérito cuando lo lea).
Es una receta de estas que sé que os gustan a vosotros: súper fácil y rapidísima de hacer una vez tengas el caldo. Aprovechad si habéis hecho cocido o, para un sabor más suave, sopa de pollo; ya sabéis que en la cocina todo se aprovecha.
Con un par de ingredientes y en diez minutos tendréis preparada la crema que os prometo que gusta hasta a los que se niegan a comer nada que salga de la tierra, incluso a los que no son amigos de los champiñones.
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